martes, 20 de abril de 2010

Todo pasa y nada queda

Al igual que una orquídea de puta pura nieve, despliegas tus pétalos en una danza de sensualidad postiza, o al menos eso crees, aunque no es más que burda sexualidad. Finges tener lo que no posees y exageras tus escasas pertenencias de manera tan escandalosa que tengo que cerrar los ojos cuando te contoneas cerca de mí para evitar que el brillo radiactivo de tus ropas queme mis delicadas retinas. 

Debo preguntarte: ¿de verdad estás a gusto con tu cuerpo? No me mires así, no estoy loco. Al menos de momento. Con TU cuerpo no me refiero a esas larguísimas pestañas alquitranadas, a esos carnosos labios recubiertos con un extraño mejunje pegajoso, que todavía estás pagando a plazos, ni a esa fantástica altura fruto de unos tacones que ni el más experimentado equilibrista podría dominar.


Me refiero a ese cuerpo que la naturaleza te dio y que tu madre se encargó de preservar en esas fotos que te hizo en la niñez, esas que muestra a todas sus visitas. No te enfades, ya sabes que te pones muy fea cuando te enfadas. 

No hace falta que recalques que ya no eres esa niña, salta a la vista. Aunque más te valdría ser una cría y no una esa especie de muñeca hinchable en la que te conviertes cada fin de semana (es probable que estés incluso más vacía que ellas).

Disfruta de tu cascarón, ahora que puedes. Pronto llegará el invierno y con él la devastadora escarcha que destruirá tu pomposa corola.

Y sólo podrás mostrar el único significado que tienen la flores marchitas: decrepitud.

El tiempo todo lo cura, y a veces hasta atenúa la estupidez.

1 comentario: