Hoy voy a pecar un poco de confiado y os daré a conocer un pedacito de mí.
De todas mis fantasías oníricas, de todos mis espectros nocturnos, de todos mis sueños... mi favorito, sin duda alguna, es aquel en el que vuelo. Es un sueño que he tenido en muy escasas ocasiones, pero eso forma parte de su encanto ya que, cuando Morfeo me regala un paseo por los cielos, intento disfrutar al máximo de él.
Suele llegar de manera totalmente inesperada y repentina. Pasar de ser perseguido por unos mafiosos con mala uva a sobrevolar una gran ciudad, disfrutando del frescor de la brisa y el reflejo del Sol sobre la miríada de cristales de los impertérritos edificios, no tiene precio.
En algunas ocasiones me crecen una enormes alas perlinas, en otras, sólo necesito mi determinación para que mis pies se eleven del suelo como un globo de helio, pero en todas la sensación es la misma: una eufórica paz y tranquilidad.
Surcar el cielo, batir mis alas, caer en picado para luego remontar en el último segundo... algo que jamás haría en la vida real debido a mi miedo a las alturas. Pero, bajo la seguridad de la inexistencia salvaje de las ensoñaciones se convierten en vivificadoras y apasionantes actividades.
Nada hay que temer del manto oscuro de la noche, pues, tras cada crepúsculo, llega una nueva oportunidad de soñar.