viernes, 18 de febrero de 2011

En brazos del céfiro

Hoy voy a pecar un poco de confiado y os daré a conocer un pedacito de mí.

De todas mis fantasías oníricas, de todos mis espectros nocturnos, de todos mis sueños... mi favorito, sin duda alguna, es aquel en el que vuelo. Es un sueño que he tenido en muy escasas ocasiones, pero eso forma parte de su encanto ya que, cuando Morfeo me regala un paseo por los cielos, intento disfrutar al máximo de él.

Suele llegar de manera totalmente inesperada y repentina. Pasar de ser perseguido por unos mafiosos con mala uva a sobrevolar una gran ciudad, disfrutando del frescor de la brisa y el reflejo del Sol sobre la miríada de cristales de los impertérritos edificios, no tiene precio.

En algunas ocasiones me crecen una enormes alas perlinas, en otras, sólo necesito mi determinación para que mis pies se eleven del suelo como un globo de helio, pero en todas la sensación es la misma: una eufórica paz y tranquilidad.


Surcar el cielo, batir mis alas, caer en picado para luego remontar en el último segundo... algo que jamás haría en la vida real debido a mi miedo a las alturas. Pero, bajo la seguridad de la inexistencia salvaje de las ensoñaciones se convierten en vivificadoras y apasionantes actividades.

Nada hay que temer del manto oscuro de la noche, pues, tras cada crepúsculo, llega una nueva oportunidad de soñar.

viernes, 11 de febrero de 2011

Allí me planté, y en tu mente me colé.

En ocasiones, cuando el aburrimiento me asalta, entretengo mi cerebro con preguntas variopintas. No discuto sobre el olor de las nubes ni semejantes banalidades de anuncio de compresas (con alas, para más señas).

Siempre intento ir un poco más allá de las dudas cotidianas. Esta vez el aguijón que me acosaba era: "¿Qué es lo peor que se le puede hacer a una persona?"

Enseguida emerge la respuesta más obvia: matarlo. Pero dependiendo de las condiciones que rodeen a dicho individuo es hasta posible que le estés haciendo un favor ("la muerte puede ser un bálsamo") y, dependiendo de tu grado de maldad o sed de venganza/sufrimiento, puede resultar insuficiente.

Poco después llega la tortura, bajo cualquiera de sus infinitos disfraces, y el resto de formas de dolor físico. Pero, en mi opinión, el dolor físico se ve sobrepasado en sadismo, complejidad y potencial por el dolor emocional y psíquico.

Analizar a alguien, descubrir sus debilidades, sus anhelos, sus defectos, lo que más ama, lo que más odia... sólo para poder usarlo en su contra. Alimentar sus fobias, derrumbar los cimientos de su psique, arrebatarle su más preciada posesión... Freud debió pasarlo pipa torturando a sus pacientes con interminables sesiones de diván y regresiones a la infancia. No hay nada mejor que manipular los hilos de la mentalidad ajena.

Muchos disentiréis y aportaréis vuestras propias soluciones, igualmente válidas, pues, en esto de joder al prójimo, para gustos los colores.

Yo continuaré buscando mi propia respuesta a esta cuestión.

Mientras la encuentro, seguiré haciendo voodoo con Míster Potato.