martes, 25 de enero de 2011

A dos bandas (antifricción)

Ven, tenemos que hablar.

No agaches la mirada. Sabes muy bien lo que has hecho. No digas nada aún, déjame hablar a mí primero.

Durante todo este tiempo, cada vez que recorrías mi piel con tus labios pensé que eras mía. Sólo mía. ¡Cuán equivocado estaba!

He encontrado en ti marcas de otro hombre. No intentes negarlo, es más que obvio. Flagrantes pruebas de tu ultraje.

Me has hecho daño infinidad de veces, me has causado mil heridas. He sangrado por tí. Pero ésto es un punto de inflexión. Voy a deshacerme de tí.

Calla. Las excusas no sirven de nada. A partir de hoy vivirás rodeada de inmundicia.

Adiós.


Todas las maquinillas de afeitar sois iguales.

lunes, 17 de enero de 2011

Nuevos Aires. Malos humos.

Colocó el sombrero sobre la barra, a su lado. Con un rápido y elegante gesto ordenó su bigote mientras dirigía su vista hacia la camarera, una joven estudiante de pronunciado escote y escueta minifalda que buscaba algo con impaciencia en el interior de la máquina registradora. Parecía una chica "olvidadiza", de esas que pierden la virginidad y no saben dónde.

-¿Qué desea?- le preguntó con desidia una vez hubo cesado su búsqueda.

-Ginebra - su sabor amargo le ayudaría a eliminar el regusto a hiel que permanecía en su boca- Doble- añadió cuando la chica ya le había dado la espalda. Ésta pareció molestarse por el hecho de que le hicieran los pedidos por fascículo.- Sin hielo- terminó de apuntillar. El detective encontraba gran deleite en el fastidio ajeno.

No había mejor acompañamiento para una bebida alcohólica que una mirada airada y ofendida. Bueno, quizás un ...

Sus manos reptaron sobre su gabardina gris. Comenzaron a introducirse en todos y cada uno de los bolsillos de la prenda hasta que dieron con su objetivo: una pequeña caja metálica de color dorado.

Con absoluta delicadeza, y casi con adoración, abrió aquella pitillera y extrajo el perlino cigarrillo. Lo colocó sobre sus labios, saboreando cada uno de los instantes de aquella ceremonia.

Aspiró continuadamente, extrayendo la esencia de aquel diminuto donante de placer. Abrió la boca y expulsó una sinuosa nube de vapor que se elevó sobre su cabeza. Retiró el cigarro de sus labios y lo miró con hastío, la cápsula de mentol se había terminado.

Dejó aquella invención a un lado y tomó su copa. Al menos la ginebra no tenía sabor balsámico.



Es posible que las escenas policíacas pierdan parte de su sensualidad, parte de ese atractivo provocado por unas etéreas volutas de humo deslizándose a través de un par de labios entreabiertos, pero entrar por la mañana a un bar y que sólo huela a café no tiene precio.