miércoles, 21 de abril de 2010

Distancia

Ahí estás. No puedo apartar mi mirada de tí. Reposas con estudiada serenidad. Has estado esperándome. 

Te colocas ese mechón rebelde que recorre tu frente. Finges no haberte percatado de mi presencia, pero sé que me miras de soslayo. Sonries. 

Acércate.

Apoyo mi mano en este cristal que se interpone entre nosotros y tú respondes con un gesto idéntico, pero la calidez de tu piel me está vedada. Sólo percibo la frialdad del vidrio.

Nuestro aliento comienza a empañar la pantalla.


Nos separa la única barrera que no podemos romper, el tiempo.

martes, 20 de abril de 2010

Todo pasa y nada queda

Al igual que una orquídea de puta pura nieve, despliegas tus pétalos en una danza de sensualidad postiza, o al menos eso crees, aunque no es más que burda sexualidad. Finges tener lo que no posees y exageras tus escasas pertenencias de manera tan escandalosa que tengo que cerrar los ojos cuando te contoneas cerca de mí para evitar que el brillo radiactivo de tus ropas queme mis delicadas retinas. 

Debo preguntarte: ¿de verdad estás a gusto con tu cuerpo? No me mires así, no estoy loco. Al menos de momento. Con TU cuerpo no me refiero a esas larguísimas pestañas alquitranadas, a esos carnosos labios recubiertos con un extraño mejunje pegajoso, que todavía estás pagando a plazos, ni a esa fantástica altura fruto de unos tacones que ni el más experimentado equilibrista podría dominar.


Me refiero a ese cuerpo que la naturaleza te dio y que tu madre se encargó de preservar en esas fotos que te hizo en la niñez, esas que muestra a todas sus visitas. No te enfades, ya sabes que te pones muy fea cuando te enfadas. 

No hace falta que recalques que ya no eres esa niña, salta a la vista. Aunque más te valdría ser una cría y no una esa especie de muñeca hinchable en la que te conviertes cada fin de semana (es probable que estés incluso más vacía que ellas).

Disfruta de tu cascarón, ahora que puedes. Pronto llegará el invierno y con él la devastadora escarcha que destruirá tu pomposa corola.

Y sólo podrás mostrar el único significado que tienen la flores marchitas: decrepitud.

El tiempo todo lo cura, y a veces hasta atenúa la estupidez.

domingo, 18 de abril de 2010

Foco existencial

Aquel pequeño parque parecía totalmente ajeno al trasiego de la ciudad. Había sido construido años atrás en un intento de otorgar algo de vida a aquel barrio dominado por la frialdad del hormigón, el acero y el cristal de los edificios financieros. Un pequeño punto de color rodeado de gigantes cascarones rellenos de avaricia, envidia e ira. 

Centenares de personas, seguramente muy ajetreadas, circulaban a su lado sin apenas fijar su mirada en las límpidas gotas de roció que cubrían las hojas cada mañana. Nadie se fijaba en las tiernas briznas de hierba que crecían día a día y cubrían totalmente el suelo con una vivificadora y mullida alfombra de color verde esmeralda que invitaba a tumbarse en ella y dejar que la brisa se llevase las preocupaciones, volando por encima de los edificios, hasta más allá de las montañas. 

Desde el día en que sus labradas puertas de hierro se abrieron por primera vez, aquel jardín se convirtió en un lugar especial, distino al resto de parques. Pero no porque, a diferencia del resto, éste hubiese cumplido su objetivo, sino porque cada tarde recibía la misma visita. 

La misma mujer, con su mismo vestido morado, se sentaba cada día en el mismo banco de piedra a la misma hora. Abría el ajado libro de poemas, que solía ser su único compañero (excepto en los días de lluvía o nieve en los que además portaba un amplio paraguas de color blanco), y leía hasta que el sol se ponía, momento en el que cogía un pétalo, una hoja o un pequeño trozo de hierba, para marcar la página en la que se había quedado, y se marchaba. 

Tenía la facultad de iluminar cada sombrío rincón, resucitar cada flor marchita y sanar cada árbol enfermo. Al igual que la glicinia embellece los troncos que rodea, aquella mujer convertía la escena en un momento inolvidable con sólo alzar sus ojos color turquesa o acariciar sus lisos cabellos. 

A veces, una sóla persona puede convertir un infierno en un paraíso. A veces, sólo a veces, una persona puede convertirse en la única razón de tu existencia.