jueves, 7 de abril de 2011

Entremeses de jamón

Priscila Adelaida entra en la cocina, donde encuentra a su atareada madre friendo unas croquetas de jamón en una requemada sartén. Se sitúa detrás de ella y, después de carraspear ligeramente, comienza a hablar.

-Disculpe, madre. ¿Sería usted tan amable de plancharme la camisa blanca con puntillas en la pechera?

Amancia aparta la sartén del fuego y se vuelve hacia su hija con gesto inquisidor. Levanta la ceja derecha, destacando la presencia de unos aparatosos rulos de plástico azul en su cabello. Después de secar sus manos en el delantal a cuadros que cuelga de su cintura, responde.

-¿Y se puede saber para qué quieres esa camisa? Es la de los domingos y, si empiezas a ponértela a diario, amarilleará.

-Madre, es que voy a salir a dar una vuelta esta tarde.

-¿A dar una vuelta? -se escandaliza- ¿Dónde? ¡¿Con quién?!

-Una vuelta por el parque con... Miguel. -Priscila se encoge ante lo que se le avecina.

-¡¿Migueeel?! ¿Qué Miguel?

-El del taller. Es que... me ha pedido relaciones. -La hija se escoge aún más.

Amancia se llleva la mano al pecho trágicamente y toma aire. Uno de los rulos amenaza con caer.

-¡¡¿Qué te ha pedido quéeeeeeeeeee?!! ¡Ay, Manolo! ¡Tú hija nos quiere matar de un disgusto!

Se oye el sonido de un periódico cerrándose, seguido de un golpe, proveniente del salón. Las dos mujeres callan. Los pasos retumban en el pasillo. Manolo se acerca.

Cuando la vida se torna aburrida, sólo hay que cambiar el cristal con el que se mira.

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