jueves, 1 de octubre de 2009

Jueces y ajusticiados

El Guardián limpió la oscura sangre que bañaba sus armas utilizando los ropajes de los caídos. Sus dos fieles espadas desaparecieron entonces bajo su capa. Comenzó a caminar, alejándose del campo de batalla atestado de cadáveres mutilados.

Con un breve destello de luz sus dos níveas alas desaparecieron en una nube de plumas que el viento se encargó de esparcir. El claro brillo de sus ojos se apagó. Ya nada le distiguía de aquellos vulgares humanos.

El juicio había comenzado.

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